miércoles, 20 de abril de 2011

El Antídoto de la Esperanza



Me decían que eran necesariosunos muertos
para llegar a un mundo donde no se mataría.
A.Camus




El Estado de Sitio (Albert Camus, 1948) es una obra épica, una denuncia hacia el poder absoluto representado por La Peste: todo aquello que es capaz de corromper, destruir, pervertir, anular la voluntad del ser mediante el miedo, la amenaza constante, el sometimiento al autoritarismo, la opresión, la megalomanía de quien se cree todopoderoso y ser supremo entre todos los seres, capaz de decidir quién vive y quién no. Y su Secretaria: una muerte algo cansada de representar un papel estigmático y de seguir siempre atada a un propósito que cumple automáticamente, aunque a veces sea capaz de olvidarlo.

Pero también deja claro la ambivalencia del ser humano ante el poder: lo rechaza cuando es oprimido y se vale de él cuando lo tiene a la mano, enajenándose y actuando de la manera que antes había criticado. Lamentándose de su infortunio cuando se siente sometido y elevando súplicas de ayuda a un imposible, en lugar de luchar por sí mismo ante la injusticia y la tiranía que lo pone de cara al suelo.

Y en medio de toda esta lucha, el amor se presenta como un arma poco efectiva ante las dudas del proceder. Victoria, apasionada, sólo quiere vivir el amor sin importar lo que sucede a su alrededor y Diego se debate entre su amor y su ética, la responsabilidad que siente para con su ciudad y el miedo a morir lo mantienen en vilo. Huye y se enfrenta, se sacrifica y gana, transformándose en un idealista, en una salida que rompe el cerco y transforma el clamor de libertad en una realidad, los vientos soplan a favor y la tiranía al fin cede y se aparta ante el renacimiento de un pueblo unido en su contra, que recuerda la máxima Lutheriana: “Nadie se nos montará encima, sino doblamos la espalda”.

En un mundo como el de hoy (como el de siempre), esta obra mantiene una vigencia ineludible. El acontecer mundial está plagado de tiranos y pueblos oprimidos, decenas de listas y cuadernos con nombres tachados y desparecidos, guerras, muertes inocentes, desastres sociales protagonizados por la anarquía y donde la ley desaparece para dar paso al despotismo.

Los hechos más recientes ocurridos en países del oriente medio donde la peste del poder ha sucumbido - o está por hacerlo- ante la rebelión popular, hace que sea imposible evocar paralelismos e identificar la ficción simbólica de El Estado de Sitio con la realidad palpable y particularmente me lleva a preguntarme sobre el día en que el ser humano sea por fin libre de sí mismo.

La libertad del hombre y la responsabilidad que asume sobre sus actos no terminan de definir un proceder común que sea congruente con la idea de un mundo justo. Considero un tanto inútil seguir planteando hoy en día el mito de una ética universal. Después de dos guerras mundiales, infinidades de revueltas sociales, dictadores opresores, líderes nefastos, democracias carcomidas por la corrupción y un sin fin de desastres provocados por la ambición del poder, me resulta ingenuo continuar filosofando acerca de la moral y el libre albedrío del ser humano.

No quisiera lanzarme a un pesimismo extremo. No niego tampoco la voluntad de bien intrínseca en cada persona, en distinta medida, mientras no es tocada por la peste del poder. Es dicho por un opresor que la mitad de los oprimidos desearían ser opresores y está visto que quienes han escapado de ser infestados por el virus del poder has sido tachados de la lista por una secretaria fiel mucho antes de que pudieran hacer realidad un verdadero cambio de esquemas.

Lo que me ha hecho reflexionar de esta obra es precisamente sobre la posibilidad de cambio. Pertenezco a una generación abrumada por un peso invisible: no ha vivido ninguna guerra, aunque no sobra el dinero no ha pasado demasiada necesidad, siempre ha tenido un techo y un pan que llevar a la boca y sin embargo se encuentra perdida en un mundo que ha convertido en un lamento coral que se hace cada vez más fuerte, y todavía ninguno ha salido a proclamar un camino distinto.

Asociándolo con el punto de vista del autor diría que se trata de una gran mayoría absurda que se lamenta (no tengo trabajo, no tengo dinero, no tengo pareja, no tengo…) sin saber que dentro de todo es afortunada en el hecho mismo de lamentarse, de poder lamentarse y que darse cuenta de ello es la mejor manera de encontrar la salida a sus temores.

Sin embargo no sucede, porque cada uno permanece en su estado de sitio particular, incapaz de levantar la cabeza y ver que a su lado está otra persona y otra y otra…que juntos quizá sea más fácil acabar con la pasividad que constituye su principal opresor. Opino y mantengo que el sentido comunitario se ha perdido y que estamos en el mundo del “sálvese quien pueda”.

Lo interesante es que todavía hay quienes quieren salvarse tomando la misma dirección, y eso, de alguna manera, constituye una esperanza.

domingo, 10 de abril de 2011

WAGNER al final del mundo….


"Si el hombre en la vida rinde homenaje al principio de belleza, si se regocija de esta belleza manifestada por su cuerpo, el sujeto y la materia artística de la reproducción de dicha belleza son el hombre mismo, viviente y perfecto. Su obra de arte es el Drama y la redención de la plástica es precisamente el desembrujamiento de la piedra, el retorno al hombre de carne y hueso, el paso de la inmovilidad al movimiento, de lo monumental a lo actual".
R. Wagner



No sé cómo empezar una reflexión acerca de Wagner y la obra de arte total desde el punto de vista intelectual. Sobre todo porque hasta ahora mi conocimiento sobre la obra de Wagner se remitía a conocer someramente algunas de sus obras más famosas, más por la música que por su significado, y porque me parece que volver a intelectualizar en el tema es como llover sobre mojado, desde mi humilde posición no me veo en condiciones de aportar nada nuevo y corro el riesgo de cometer una barbaridad ante la sapiencia de los entendidos en el tema.
Así que, procediendo con toda la honestidad que me es posible y valiéndome del recurso que me siempre me ayuda a concatenar mis dispersos pensamientos, me he propuesto a escribir estas líneas como una reflexión provocada por el espíritu wagneriano y sus implicaciones en este innombrable S. XXI, a riesgo de parecer salpicada por un pesimismo Schopenhauer-iano
Al encontrarme ahora de manera un poco más profunda con su propuesta de “Obra de Arte Total” en la que prevalece el ideal del arte como transformador del hombre y del mundo, me hace pensar en la verdadera utilidad del arte hoy por hoy, en un mundo donde importan más las posesiones y las personas se alejan cada vez más de la belleza sublime para refugiarse en una belleza pre fabricada y banal. ¿A quién puede interesarle lo que hagamos las personas dedicadas al arte, cuando aparentemente la necesidad de supervivencia económica es potencialmente mayor? Cubrir las necesidades básicas y ocupar el poco tiempo restante en nada, pasar unas horas frente a la T.V, salir a tomarse unas copas y desgastar las pocas energías que quedan en un bar o una disco, dormir la resaca y volver a trabajar al inicio de la semana. En esto se ha convertido la vida de una mayoría considerable de ciudadanos alrededor del mundo. ¿Y el arte?, ¿qué lugar ocupa?
El arte, como un ente transformador de la cultura, como la máxima interpretación de la belleza ha tenido que sucumbir en no contadas ocasiones a los nada exigentes gustos del hombre actual. El arte, como lo planteaba Wagner, hecho para “elevar a las personas” ha quedado hundido en el ego grandilocuente de “creadores” cuya más alta meta es ser reconocidos y aplaudidos por “su” obra, dejando atrás la concepción de arte como comunión de los sentidos y de los hombres en el disfrute, regocijo y celebración de la belleza. El sentido comunitario del drama propuesto por Wagner, el confluir de las artes para lograr influir sobre la humanidad, cambiar al mundo, sensibilizar a cada ser humano, sigue siendo una utopía un tanto ingenua. El individualismo es la doctrina que hoy lleva la delantera, pisando lo más alto para salvar la cabeza en palabras de Aute, la supervivencia del más apto a la manera de Darwin.
El espíritu romántico con un toque adolescente de tratar de cambiar al mundo encuentra poco eco en nuestra realidad, infestada e infectada de hiperinformación y consumo y el arte lamentablemente escapa en pocas ocasiones, o quizá, por ser excepciones la repercusión no es tan notable y terminan arrinconadas entre tanto cartel luminoso y vacío.
Sin embargo, para aquellos que seguimos creyendo en una luz al final del túnel, que conservamos secretamente la esperanza de que el arte constituya el arma más fuerte, aquellos capaces de emocionarnos idiotamente como Cortázar ante los destellos de belleza que podemos encontrar en lo que vemos, aquellos que soñamos con la posibilidad de brindar un pequeño refugio entre tanta guerra, los que desde nuestras posibilidades seguimos trabajando desinteresadamente y nos conformamos con modificar a un solo espectador, encontraremos siempre en el genio de Wagner un impulso para no decaer. Si algo puedo rescatar de lo que he conocido sobre su vida es que para ser un gran hombre no hace falta ser perfecto, sino soñar con la perfección de un mundo que parece estar llegando a su final.

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